La mató porque Rebecca no valía nada
Me hubiera atrevido a decir que Rebecca Cheptegei, la atleta ugandesa que acaba de morir en Kenia víctima de la violencia machista, era una mujer empoderada, si es que semejante afirmación puede hacerse en un continente donde las mujeres son las perdedoras por antonomasia.
Rebecca, me permito tutearla porque es la única manera de poner rostro humano al drama, se debatió entre la vida y la muerte desde que su pareja, su novio, decidió rociarla con gasolina y prenderle fuego. Tras unas horas dramáticas luchando por sobrevivir, Rebecca perdió la carrera más importante de su vida. Tenía 33 años y el 80% de su cuerpo carbonizado.
El mediático caso de esta deportista olímpica, que acudió por primera vez a unos Juegos en la cita de este verano en París, es la punta del iceberg de una lacra que alcanza en África datos escalofriantes.
Una mujer muere a manos de su pareja o de un familiar cercano en Kenia cada dos días, según datos del Centro Nacional de Investigación Criminal (NCRC) publicados el pasado enero. Además, las precarias estadísticas elaboradas en el país apuntan a que el 28 % de las mujeres de entre 15 y 49 han sufrido violencia física, sexual o emocional a manos de su compañero sentimental.
Si ‘la maté porque era mía’ es la premisa que se esconde tras la violencia machista que los hombres ejercen contra las mujeres en los países desarrollados, ‘la maté porque no valía nada’ podría ser el axioma a aplicar en los subdesarrollados.
Conviene recordar que en África las niñas son mutiladas genitalmente desde temprana edad; que sus padres y hermanos deciden cuándo, cómo y con quién deben contraer matrimonio; que muchas son utilizadas como esclavas sexuales en los conflictos bélicos y secuestradas a manos de grupos armados.
Aún resuena en nuestros oídos aquel agónico #BringBackOurGirls que hace 10 años encabezó la mismísima Michelle Obama para reclamar al grupo yihadista Boko Haram el retorno de las 279 menores secuestradas en Chibok (Nigeria).
Una década después de aquello, la violencia machista avanza en el mundo a pasos agigantados, como lo hace el número de quienes niegan la existencia de esta lacra. Soy consciente de que muchos argumentarán que el continente negro encierra particularidades difíciles de entender y de explicar que responden a tradiciones ancestrales arraigadas en lo más profundo de su idiosincrasia. También la esclavitud y el colonialismo respondían a patrones similares.
Recordemos que la violencia contra las mujeres y las niñas es una de las peores y debemos combatirla con ahínco. Pensar que Rebecca nos quedaba muy lejos es un error. Limitarse a lamentar su atroz muerte es una dejación de responsabilidades.
Las mujeres (y los hombres que quieran acompañarnos en esta lucha) estamos obligadas a denunciar los comportamientos machistas. A alzar la voz contra cualquier conato de actitud patriarcal. Y, sobre todo, a evitar que las muertes, que la muerte de Rebecca, queden impunes.